Por lo general, a la tarde, yo siempre estaba solo. Así que salíamos al patio, nos sacábamos las remeras, las dejábamos extendidas sobre dos reposeras, nos calzábamos los guantes de boxeo que tenía mi hermano y hacíamos un par de rounds. Con el sol que ardía sobre nuestras cabezas, nos golpeábamos desde la cintura hasta el cuello. Tirábamos cientos de golpes sin técnica alguna, al voleo, con la defensa baja y mal parados. Nunca aguantaba los tres minutos. Terminaba con los brazos morados y cansado. En cambio, Tomi saltaba de un lado al otro y con el dedo gordo se tocaba la nariz como lo hacía Bruce Lee.
El olor a sudor se mezclaba con el aroma del Dufour Blue que usábamos los dos. Nos tirábamos agua, nos mojábamos el pelo y esperábamos bajo el sol para secarnos. Entrábamos a casa con el torso desnudo, la remera en la mano y, en la pieza, prendíamos la tele y poníamos MuchMusic o MTV que a diferencia de ahora, eran canales de música y pasaban buenos temas. Uno podía quedarse las veinticuatro horas entre Much y MTV, sin la necesidad de hacer tanto zapping. Tomi levantaba el colchón y sacaba la revista de Comics triple X o lo que quedaba de ella. Estaba sin tapa y le faltaban muchas hojas. Pasaba las páginas sin prestar mucha atención como si esos pechos enormes que aparecían en varios dibujos no le interesaran.
No sé cuándo empezó, quién se acercó, en qué momento sucedió el primer roce. La cosa era que, sin decir nada, trabábamos la puerta con la mesa de luz, cerrábamos la cortina, nos abrazábamos y así caíamos a la cama. Forcejeábamos como para ver quién era el más fuerte, al principio era como si siguiéramos la pelea del patio pero esta vez cuerpo a cuerpo, desarmábamos la cama, algunas almohadas caían al piso, la respiración se nos aceleraba hasta que yo cedía y Tomi me daba vuelta y se arrojaba arriba mío. Se frotaba sobre mi cuerpo y lo sentía, iba y venía, me rozaba la espalda y la cola. Sus manos grandes sobre mis hombros, empujaban hacia abajo. A veces, yo mordía el cubrecamas hasta sentir la humedad de mi baba. En la pared, nuestras sombras se reflejaban de manera confusa como si fuéramos uno solo. Intentaba bajarme el pantalón y sentía su mano que acariciaba mi nalga, que la apretaba. Con esfuerzo, me daba vuelta y me soltaba, y otra vez empezaba la luchita cuerpo a cuerpo hasta que Tomi quedaba boca abajo, con los brazos extendidos; me arrojaba arriba suyo, lo apoyaba una y otra vez, primero lento y suave y luego con más intensidad; sentía los muslos firmes y la respiración agitada, le bajaba el pantalón apenas y el calzoncillo quedaba al descubierto. Y aunque en ese momento lo que más quería era estar adentro suyo, llegábamos hasta ahí y nos soltábamos. Todavía agitados, nos quedábamos tirados en la cama, uno al lado del otro, en silencio, transpirados, recuperábamos el aliento y mirábamos el techo hasta que Tomi hablaba de luchas, entrenamiento y Goku, y yo simulaba prestarle atención.