No fue solo Poleo la que rompió el consenso que hubiese sido necesario para sostener la hipótesis del autoatentado. El exdirigente de Voluntad Popular y excompañero de celda de Leopoldo López en Ramo Verde, Salvatore Lucchese, invitado especial a la toma de posesión de Iván Duque en Bogotá, no aguantó las ganas de decir que él estaba en la movida. Luego, el peruano Jaime Bayly le dio su peculiar certificado de origen al magnicidio frustrado, señalando que él mismo había sido notificado previamente de lo que pasaría, y que le había dado su visto bueno. En una segunda declaración llegó más lejos aún, al confirmar que Julio Borges le había pedido a Juan Requesens interceder a favor de los autores materiales en sus movimientos fronterizos con Colombia, punto en el que coincidió con la historia narrada por uno de los autores materiales.
La reacción de los opositores negacionistas del magnicidio fue descalificar tanto a Poleo como a Bayly, a pesar de que llevan años siendo fanáticos de sus esperpénticos programas. También calificaron de loco pantallero a Lucchese. Algunos llegaron al extremo de acusarlos de colaboracionistas del régimen.
Drogado no vale, no señor
Los opositores empeñados en creer la versión del autoatentado se negaron a aceptar las pruebas presentadas por el presidente Maduro, que incluyeron videos, levantamientos planimétricos, grabaciones de comunicaciones en momentos previos a los hecho y las confesiones de uno de los perpetradores, quien mencionó tanto a Julio Borges como a Juan Requesens. “Todo es un montaje”, repetían en una especie de estado de trance, parecido al que experimentan algunas personas cuando tocan cacerolas.
Cuando los cuerpos de seguridad detuvieron a Requesens, los opositores dijeron que había sido secuestrado. Incluso alguno se permitió la ligereza de calificarlo como víctima de una desaparición forzosa.
El viernes, cuando el ministro de Comunicación e Información, Jorge Rodríguez, presentó un video de Requesens respondiendo a un interrogatorio y confirmando que cooperó, por solicitud de Borges, con los movimientos fronterizos de los implicados en el magnicidio, los convencidos de la “verdad opositora” se enfocaron en una explicación de la conducta del detenido: había sido salvajemente torturado y drogado para que dijera exactamente lo que el gobierno necesitaba que dijera.
Esta conjetura fue lanzada inicialmente por periodistas e influencers que no tienen nada que perder en materia de credibilidad porque se divorciaron de la verdad hace muchos años, pero luego fue repetida hasta la saciedad por miles de opositores comunes, incluyendo gente de alto perfil profesional que sabe perfectamente que algunas drogas pueden privar a la persona de su voluntad, adormilarla, causarle amnesia temporal y otros malestares, pero no existe ninguna que la haga hablar según los caprichos de sus interrogadores. De existir, los países más “avanzados” no se gastarían fortunas en procedimientos brutales de tortura como los que se practican en Guantánamo y en cárceles secretas de la CIA en diversos lugares del planeta para arrancar confesiones a supuestos terroristas.